Llorar celebrando una forma-de-vida

… Ay Miguel, se me ha partido el alma,

nos dejas al tiempo en desolación y alegría.

Antes de que acabase este mes de mayo queríamos encontrarnos en tu casa para honrarte

y celebrar con tus cosas lo que has sido …

Miguel pajarito nos deja en mitad de esta primavera. Habíamos trabajado juntos en su pueblo, Almonaster La Real, y juntos dimos forma al pequeño museo de lo comunal. Ese hacer, esa forma de vida, fue una guía para el trabajo. Miguel había sido talabartero, cuidaba animales, cultivaba la tierra y estaba atento a todos los signos que de ella manaban. Con esos signos siempre hizo cosas. Ya con setenta años empezó a dibujar, y su mano cogía la herramienta con una gracia especial, su trazo tenía algo de escritura, así iba componiendo formas de una narración que avanzaba. El lienzo se iba cargando poco a poco con personajes de una relato, que él iba contándose. Se parecía mucho a verle preparar la lumbre y freir después los huevos en ella. Parecido a verle trabajar sus fragmentos de huerta por los montes. Su hablar, su trabajar y su dibujar estaban hermanados. Miguel estaba siempre presente, pero con una presencia muy dulce y respetuosa, una presencia atenta pero en retaguardia. Contaba las cosas murmulleando, onduleando los dedos, había que estarle atento porque su hablar se confundía con el aire. Miguel no tenía edad, intemporal como un joven animal, como un chiquillo. Andaba preocupado porque la luna estaba cambiando de trayectoria. Tenía también Miguel mucha gracia.

Jodidos pero contentos, así estamos. Quisimos encontrarnos en su casa para celebrar esa vida despojada y a la vez exhuberante, entregada a las cosas del mundo, que nos deja tantas señales libres. Nos juntamos al atardecer y la fachada de su casa fue recibiendo las cosas que antes estaban dentro guardadas: sus dibujos, algún cuadro, y alguna fotografía que se hizo, visitando la casa en ruinas donde nació o vestido de rey mago. El lienzo de la calle permitió que le pusiéramos también imágenes muy lejanas que se hermanaban con las cosas de “pajarito”: dibujos de los primitivos, gestualidades ancestrales de conexión con la tormenta o cabañas cicládicas capaces de llamar a las palomas con sus rostros. Tratamos de ir componiendo en el muro una suerte de forma-de-vida que habíamos conocido de su mano y que ahora tratábamos de amplificar.

 

 

Esa fachada encalada sobre un brote rocoso y con apenas tres huecos era la piel de un gran animal al que Miguel ya miraba y tocaba tratando de comprender sus elementos y composición.

Encontramos uno de los útimos cuadritos que dejo pintados. Un ser, un viejo con bastón, que viene de algún lugar impulsado por una corriente y al que una reja dorada le retiene. Parece que la reja se disuelve.

 

Imaginar un lugar de acogida para esta tristeza. Los antiguos soñaban un paraíso para los animales muertos, y les escribían oraciones.

Habitar poéticamente la tierra

Hemos puesto juntas algunas cosas que andaban dispersas por cuadernos. Apuntes de pájaros y seres voladores que se agarran a las ramas, a la tierra, a las flores, o que se las llevan volando con ellos. También pequeños retazos de texto que había ido agarrando Miguel: transcripciones a caligrafía de una pequeña enciclopedia de mano: el mirlo común, la guerra civil …

Una forma de vida que deja señales libres por todas partes. Que vive en otras formas, también en las manos de Angelita al recordarle.

Y dentro de la piel de ese animal que es tu casa nos has acompañado un rato en una sesión de magia. Ahí estábamos nosotros contigo, y ahora nosotros mirábamos aquel estar contigo, en la misma escalera, en esa misma habitación, sobre las mismas grecas del suelo y las mismas sillas donde ahora nos sentamos.

Antes de irnos hemos ido dejando algunos recuerdos de aquel lugar vivo. Hemos dejado pequeñas imágenes de cómo cuidabas a quienes nos acercábamos a verte, de cómo cuidabas las formas.

También esta primavera las lluvias fueron poco a poco abatiendo el pequeño museo de lo comunal. Ahora os fundís los dos con la tierra al mismo tiempo. Hay desolación pero es más fuerte la belleza.

Hemos metido también en tu casa el paisaje de alcornoques, también los paseos y charlas que nos dimos monte arriba y monte abajo. Hemos hecho de tu casa una cueva mágica y te hemos visto allí cantando. Emitiendo sonidos atávicos al universo. Ahora estás en todas partes. Habrá que estar atentos. En la voz del cárabo, cantando arriba del monte si vienen días de sol, o en el valle si va a llover.