About Susana Velasco

Susana Velasco se forma en el ámbito de la arquitectura, viene trabajando sobre formas de vida-arquitectura-emancipación-espacios-mundo. Uno de estos trabajos colaborativos es la construcción de la Cámara Solar del pueblo de Herreruela. Forma parte de Ludotek donde durante los últimos años han tratado de encontrar la potencia en el vínculo de infancia, arte y política. Junto a Rafael Sánchez-Mateos también trabaja en el proyecto Cunctatio –retardo, periferia y resistencia- que hasta ahora ha tomado forma en la periferia de Madrid con Cunctatio del Sur. Estas experiencias le llevan ahora a recorrer el frente de trincheras de la Batalla de Madrid y a buscar formas de autoconstrucción y lucha que llevan consigo en algún caso una idea de separación y a su vez de encuentro con el mundo. Trata de encontrar un vínculo natural entre el trabajo de investigación y el de docencia en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid.

La comunidad/ lo ilegítimo

El centro del pueblo estuvo en sus orígenes en el cerro, antes incluso de que hubiera mezquita, luego ésta se levantó a partir de sillares  y columnas visigodas y  romanas, las casas se apiñaban en torno a ella protegidas por una muralla fortaleza. Las columnas y los sillares fueron montándose y desmontándose, pasando así entre formas y volúmenes que recojían la materia de los anteriores. En el siglo diecinueve se hizo uno de estos morphing: se desmontó la fortaleza para hacer una plaza de toros. La traza circular y su graderío se terminaron encaramando a la mezquita redibujando la situación con un insólito abrazo. Las invasiones bereberes en la península produjeron asentamientos en las sierras del sur, en un tipo de paisajes  afines a los invasores. Juan cuenta algunas historias de éstas, él también tiene cara de bereber, escribe cuentos  a propósito de la época islámica, y los mezcla con nombres de personas que conoce cualquier día por casualidad. Los bereberes eran pastores y andaban con las cabras por el monte, como Miguel.

Las casas no se apiñan ya junto a la mezquita, si acaso las viejas cabañas son lo más próximo. La casa donde vive Angelita es de las que hoy día quedan más encaramadas al cerro, un carril sube desde su casa hasta la plaza de toros, ella y su marido fueron adquiriendo poco a poco las cuadras colindantes. Hoy están abandonadas. Cuenta como fueron pagadas con diezmil pesetas en un bar, sin ningún papel. Ella es de una aldea, como casi todo el mundo allí, no le apura contar que es  hija ilegítima de un señorito que no quiso saber nada de ella, se crió en la pobreza y aprendió los trabajos de los pobres. Marchar al campo para la sementera, andar al bosque y recoger pedazos de madera, lo que llaman el cisco, con eso se encendían braseros y cocinas. Cuando las empresas del medioambiente llegaron al campo a controlar los bosques empezaron a supervisar los montes y a multar a quienes por allí recogían los desechos, qué sabrán los del medioambiente nada más que vigilar y multar a quienes siempre estuvimos en el monte, lo mismo que no le gusta que le manden no elude tampoco ninguna responsabilidad, el gobierno somos todos, pero todo esto está preparado para que no nos enteremos de nada. Su padre tuvo luego una familia, nunca quisieron saber nada de Angelita, un día su hija le contó con sorpresa que el profesor de la escuela tenía su misma cara, que era clavadito a ella.

Esta actitud parece recoger el testigo de lucha y de no doblegamiento de Louise Michel. Acusada de promover las acciones de la Comuna de Paris  respondió  ante el tribunal:  No quiero defenderme, no quiero tampoco que me defiendan. Pertenezco a la revolución social, y declaro aceptar la responsabilidad de mis actos. Lo acepto todo entero y sin restricción. (…)Ya que, según parece, todo corazón que lucha por la libertad sólo tiene derecho a un poco de plomo, exijo mi parte. Si me dejáis vivir, no cesaré de clamar venganza y de denunciar, en venganza de mis hermanos, a los asesinos de esta Comisión. Louise era también hija natural de una sirvienta y de un terrateniente.

El carril que sube de su casa a la plaza de toros está lleno de zarzas, no recuerdan la última vez que por allí subieron. Dimos un paseo por todo aquello y hablando se nos hizo de noche. En la bajada del carril abandonado y oscuro emergía entre las zarzas un ramillete luminoso de azucenas salvajes.

El trabajo/ el derribo

Bajando la misma calle Capuchinos está la casa de Dolores y Jose Joaquín. Él es albañil, lleva tiempo desvelando portadas antiguas de ladrillo en muchas casas, fue él quien restauró la de la casa de Juan y Marichu, también quien les hizo la cubierta de madera a la portuguesa del doblado. Durante una época estas portadas comenzaron a  cubrirse y camuflarse tras un mortero blanco hasta desaparecer. Al igual que Miguel el pajarito tienen una de las cuadras en los terrenos públicos junto a la mezquita, la utilizan de almacén de materiales. Muchas de las cosas que encuentra en las rehabilitaciones las guarda. Así las paredes del salón están cubiertas de imágenes recogidas en derribos.  A Jose también le ha gustado buscar por el campo construcciones en medio de la naturaleza, guarda una serie de  imágenes con enclaves que hoy día han desaparecido, arruinadas o desmanteladas, pequeñas trazas de construcciones antiguas que no han alcanzado el listón para ser protegidas. Jose busca las razones que las han construído en medio de los montes y trata de encontrar argumentos.

Las imágenes están revueltas en cajones y álbumes, pero a cada rato se descubre una nueva familia de fotos, entre las de momentos de trabajo en la obra aparece otra serie con fuerza, una secuencia vinculada a algo parecido a la recreación de mundos: odaliscas, moros y cristianos o la vida de Jesús.

 

La historia/ la risa

En la primera casa de la calle de los Capuchinos viven Juan y Marichu. Su casa apenas ha sido modificada, portada de ladrillo, zaguán de entrada, crujía de la zona vividera, patio trasversal, crujía de almacenaje y fondo de jardín, huerta y cuadra. Las salas en penumbra permiten entender esta secuencia que a su vez construye una forma de vida.

Juan pasa el día entre esta penumbra, atraviesa la secuencia de patios para llegar a su taller del fondo, allí ha ido recogiendo y clasificando toda clase de piezas y mecanismos con los que completa y repara cualquier cosa. Junto a este taller hay una sala donde ha ido recogiendo también juegos para los críos. Archivadores con documentos de genealogía de las gentes del pueblo, álbumes de fotos. Pero el lugar  que más le gusta está en el doblao, subiendo unas escaleras. Ahí arriba, en lo que en algún tiempo fuera palomar, ha ido guardando piezas de todo tipo, encontradas muchas veces por casualidad, o escarbando la tierra con ojo avezado. Juan fue facultativo de minas, esto debió de abrirle el ojo a la historia de la materia que nos aparece como inerte. Trabajó en los yacimientos de la zona para empresas extranjeras, así que hable francés y no pierda ocasión de ponerlo en práctica. Ahí arriba, bajo una cubierta de vigas de madera en disposición circular continua –a la portuguesa-, como si de una nave invertida se tratase, se disponen mesas con infinidad de guijarros, trozos de vasijas, ingenios del campo. Una suerte de nave varada que parece atesorar lo que queda de Tartessos. Y con cada pieza se desvela una historia encantadora, y desde ella reconstruye la genealogía que desencadena su forma. Un canto rodado de caras planas, con un agujero taladrado, lo acerca a su ojo y muestra el gesto que da vida a esa piedra: un prehistórico protector del ojo para trabajos peligrosos. Juan ríe contagiosamente todo el tiempo mientras habla, arrastrando también las letras de las palabras, desvelando en el sonido sus mutaciones. Al reir lo que cuenta vuelve a tomar presencia. Todo el pasado es presente. Ha perseguido el origen de las palabras populares, y esas palabras derivadas -como un juego de palabras encadenadas- desatan también una inmensa risa. El tiempo da risa. En la penumbra de esta casa entre patios cobra vida toda la historia de este pueblo y sus aldeas, todos los vecinos, sus pequeñas historias, todas las casas, todas las piedras. Y todo esto toma la forma de una inmensa carcajada.

Bestias/humanos

Hasta hace pocos años algunos vecinos seguían teniendo bestias en estas majadas y cuadras. La proximidad de éstas a sus casas permitía llevar y traer a los animales. Los pasos que salen hacia la sierra se les llamaba caminos de carne, por allí se transitaba con las bestias, aún hoy sirven a un grupo de cabras y algunos burros y mulas que todavía quedan. En tiempo de la matanza se hacía bajar al guarro desde la majada -junto a la mezquita- por la calle hasta la casa familiar, y allí en algún patio, o a veces en al calle, se sacaban los útiles y toda la familia se ponía manos a la obra. La sangre corría por la pendiente y los críos se ponían delantales y con unas vasijas de corcho recogían las vísceras.

Los pobres engordaban a los guarros por necesidad, los más pudientes lo siguieron haciendo por tradición. Los terratenientes mandaban hacer también la matanza, así pagaban en especies a sus jornaleros.

La calle por la que bajaban los animales al pueblo atraviesa la plaza del ayuntamiento, y a medio camino -en el recodo- vive Miguel. La fachada de su casa se presenta como anuncio de una idea. El muro encalado se asienta sobre un afloramiento de rocas que sobrepasa el nivel de la calle. Este desnivel rocoso invade también el suelo de la planta baja de su casa. Las calles han tratado de someter estas erupciones, pero hay recodos donde este relieve atraviesa la capa de lo visible e irrumpe en la superficie con fuerza.

Miguel se levanta antes que el sol, las mañanas las pasa en una tierra ladera abajo donde tiene una cabaña de piedra, un caballo enorme, unos guarros y una huerta asilvestrada. A estos refugios por aquí los llaman montes, como si esta pequeña construcción acumulara en sí la fuerza que de otra forma se desparramaría por la ladera. Después a mediodía deshace el trayecto que le separa una hora de su casa, sube con leña y algo de la huerta para comer. Nada más comer sube ladera arriba a otro hermoso terreno de alcornocal, desde ahí arriba se ve el pueblo. Desde todos estos terrenos se abre el paisaje al horizonte lejano, cuenta así Miguel como para él es igual de importante la calidad de la tierra que el horizonte que es posible contemplar desde ella.  Fue comprando las terrazas que lo forman poco a poco, escalando así por tramos ladera arriba, en cada nivel fue haciendo más refugios, los montes. No ahorró nunca dinero, no le sirve para nada. De vez en cuando recuerda que a él no le hace falta nada, así que no guarda dinero. Por estos montes de arriba tiene un grupo de cabras. Una de ellas ha sido alcanzada en una pata por la flecha de un furtivo,  va a cuidarla todas las tardes, es la más bella de sus cabras. La de los cuernos ondulados como columnas salomónicas. Le da comida y le vaporiza un desinfectante azulado que contrasta con su pelo cobrizo.

La casa  donde vive fue levantándola poco a poco. Un hermoso suelo hidráulico, tres pequeñísimas estancias, una enorme chimenea. Una parte del doblao la tiene a modo de secadero, allí almacena y seca las semillas, y guarda colgados los mejores aparejos de tela de su padre. Dicen que Miguel es el último talabartero de por aquí. Siguió el quehacer familiar, trabajó con sus burros y sus mulas allí donde se necesitaba arar o cargar con materiales. Siguió también el arte de los aparejos. Utensilios que median entre el humano y las bestias, entre las bestias y la tierra. Hace algunos años que comenzó a pintar. Muchas veces copia algún cuadro y utiliza el óleo. Cuando no copia prefiere un cuaderno, un lápiz, y dibuja antes de acostarse, con la televisión puesta. Dibuja las cosas que mejor conoce. Las láminas son una suerte de bestiario. Pájaros en distintas actitudes, burros en escorzo, cabras caminando, y zorros al acecho sorprendidos de vez en cuando por algún humano. Cada lámina es el alzado de una situación que se desarrolla en el tiempo.  Miguel habla siempre con voz pausada, parecido a un murmullo, sus manos le acompañan cuando habla y acaban sus frases acercándose a su rostro con un adorno, un suave giro de muñeca que termina por desenvolver hacia afuera una parte del sentido. A Miguel se le conoce como El Pajarito.

 

Las cabañas

 

Estas arquitecturas han ido creciendo en una zona singular de este pueblo. En terrenos a los que hoy se les llama públicos.  Desde hace mucho tiempo, tanto que se pierde en la memoria, los habitantes del pueblo que sentían la necesidad o el impulso de levantar una pequeña construcción, acudían a estos terrenos y de modo natural organizaban una porción de tierra, en ese momento servían practicamente todas para guardar animales. Las más singulares son los zahurdones, construcciones de planta circular y cubierta de tierra con un patio, servían para engordar a varios cerdos. Es dificil precisar cuando y quién les dió esta forma. Juan tiene la teoría de que siempre se dieron construcciones circulares de este tipo, las primeras fueran posiblemente túmulos de origen funerario hechas por los primeros pobladores del sureste de la península, y con el paso del tiempo se fueron copiando estas formas para otros usos. En esta zona apenas queda un zahurdón en ruinas, mientras nos cuenta cómo lo levantó su padre, Miguel completa con sus gestos la materia que ha dejado de estar en pié. Sin embargo las más extendidas son las majadas, piezas rectangulares de muros de piedra y cubierta a un agua, con un patio lateral también rectangular, acogían también a los guarros, al parecer estos animales son extremadamente pulcros, y entre sus necesidades está la de un buen lugar para dormir. El resto de construcciones se denominan genericamente cuadras, en ellas se guardaban a las bestias, así las llaman todos por aquí. Sobre todo acogían a las mulas y los burros. Después de que se prohibiera criar animales en el pueblo, y a causa también de la ganadería intensiva, estas cuadras, majadas y zahurdones se han ido vaciando de bestias y llenándose de toda suerte de objetos que sus vecinos guardan y atesoran en su interior.

Es posiblemente de las zonas más bellas del pueblo, pero parece ser que a ningún humano le dió nunca por venirse a vivir aquí, quizá influyó la falta de luz y agua corriente. Miguel recuerda solamente a un tipo que pasó cerca de un año en una de ellas, recuerda que era un extranjero, y que se instaló en una de ellas por amor, se le relacionaba con una mujer que vivía en el pueblo pero con la que no podía compartir su vida. Quizá sea la condición de extranjería la que permita renovar la mirada sobre estas cabañas, o puede que sea el amor la vía para comprender lo que aquí puede llegar a darse.

Hay en estas formas enlazadas algo de sensibilidad compartida. Preguntando de quién son te van llevando por el pueblo de puerta en puerta, han ido durante años pasando de mano en mano, por intercambio de bienes, cesiones, regalos, y en algunos casos vendidas por poca cantidad, diezmil pesetas. Y así han ido pasando por la vida de prácticamente todos los vecinos. Este grupo de arquitecturas han desafiado de alguna forma la idea de la propiedad individual  sobre la tierra, hoy en ellas se guardan los aparejos de las bestias y del campo, y colecciones de cosas de las que no se quieren desprender. Tomadas por la vegetación, siguen conservando la idea de que quizá sea posible una relación distinta con la propiedad, con las formas de uso y de vida, y de todo esto con el territorio. Puede ser que estén olvidadas – no es fácil comprenderlas en este tiempo que corre de acotación de la propiedad y separación de los seres – pero siguen manifestando una potencia que aguarda tranquila.

 

 

 

Viejas cabañas. Extramuros. Sobre la tierra de todos.

Este es un cuaderno de trabajo de todo aquello que pueda tener relación con esta encrucijada: la de la tierra,  las configuraciones que le han sido dadas y las vidas y las formas a las que acoge. Y en esta situación quizá sea posible pensar de nuevo en el sentido de la arquitectura en relación a esa tierra y a esas vidas.

Como punto de partida una pequeña porción de mundo – sin olvidar que ese pequeño fragmento bien pudiera contener el todo -, una agrupación de viejas cabañas en una ladera, en el afuera del nucleo del pueblo de Almonaster La Real, extramuros también de la antigua fortificación árabe, a espaldas de la mezquita y de la plaza de toros. No aparecen en ningún mapa, en ninguna ruta, no tienen ningún nombre. Fuera de todo foco, pero formando un extraño centro entre todos ellos.  Una suerte de pivote de sentido desde el que tomar distancias al resto de acontecimientos que siguen vigentes alrededor.

Esta porción de tierra no está cercada, tampoco tiene un límite que le de forma, no está separada de nada sino más bien entretejida con el todo. Está atravesada por caminos que vienen de lejos, y que hoy apenas son visibles entre la vegetación silvestre. Esos caminos vienen de las aldeas, de la mezquita y entran a callejones del pueblo, otros llevan aún más afuera tomando una línea de cota.  Las cabañas parecen haberse ido asentando cada una por razones bien diferentes pero en algún caso compartidas: proximidad, orientación, caída del terreno, continuidad de la forma correlativa, relación con la ladera. Casi todas ellas son bien pequeñas, guaridas, más que arquitecturas son más bien cuerpos, puertecitas minúsculas, patios reducidos al mínimo, algunos ventanucos… Todas estas construcciones – algunas se tocan entre sí, otras no -, aparecen enlazadas unas a las otras por alguna fuerza vital común, en esta situación de variada diferencia es apreciable un impulso que atraviesa el conjunto. Sin ningún documento que lo atestigüe forman entre sí una extraña comunidad.

Fuera de este pedazo de tierra el pueblo sigue su curso, las casas del centro, entorno al ayuntamiento, están bien restauradas, a la entrada por el este se levanta una construcción más actual que alberga el colegio, hay viviendas de protección oficial, la mezquita como centro del turismo de la zona, la plaza de toros restaurada y un polígono industrial más arriba. Y más afuera aún se encuentran lo que llaman “las aldeas” agrupaciones de casas y vecinos en medio del campo, algunas a varios kilómetros.  En estas aldeas la conviviencia con los animales sigue presente. Muchos de los oficios que van desapareciendo se conservan aún en ellas. Esta ha sido sobre todo una tierra de ganadería. Qué será realmente eso de la ganadería. Puede tratarse de una particular relación del humano con otras especies animales, es extraño el situarla al mismo nivel que la agricultura y minería, desde ese punto de vista es clara la idea de explotación que las liga, o la de domesticación de aquello que en estado libre es de naturaleza salvaje. Y como si de otras aldeas se tratase se organizan también poblados en torno a las minas escondidas en la provincia de Huelva, bien organizados, muchos de ellos están hoy abandonados, pero hay minas que siguen dando materia, una compañia canadiense, entre otras, extrae el mineral, sus impuestos son una de las principales fuentes de dinero para el crecimiento visible de estos pueblos de la sierra.

Ahora sabemos que estas viejas cabañas se asientan sobre terrenos públicos. Y que de modo similar aparecen formaciones así en las aldeas de la comarca. Y que de alguna manera están vinculados a ellas casi todos sus vecinos. Aquellos que necesitaban de las bestias para trabajar, o de los cerdos para comer. Disponían de un terreno. Aquellos que se apañaban con poco para vivir. Esta circunstancia permite que se desarrolle una investigación sobre lo que abre o lo que cierra la posibilidad de una tierra de todos, común, compartida. En esta situación hemos visto la posibilidad de explorar algunos acontecimientos que se anudan a este pedazo de tierra:

poblados / elegir un lugar

tierra comunal / la riqueza de los pobres

bestias / humanos

el trabajo / la fiesta

casas de todos / la propiedad

Los trabajos que componen esta investigación suceden en diferentes momentos y diferentes estancias de este año 2011